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En el folklore tradicional de Rusia existe un “tema hondureño” especial. El por qué le tocó precisamente a Honduras1 esta “suerte” puede llegar a entenderse: en el nombre de este país, para los rusos, hay una energía fonética y un encanto exótico con elementos de misticismo y misterio e incluso una dosis subliminal de erotismo.
Y cómo no sorprenderse de que a pesar de toda esta “imperceptibilidad” en cuanto a factores geográficos, históricos y culturales, la conciencia masiva de los rusos de forma sólida y, al parecer, duradera, se haya enfocado hacia Honduras. A comienzos de los 80 del siglo pasado, en uno de esos “pequeños sótanos” de La Habana dedicados al comercio de libros viejos, adquirí uno titulado “Elogio de Tegucigalpa”. Era una antología de artículos dedicados al pasado y al presente de la capital hondureña3. Me leí el libro de principio a fin adquiriendo conocimientos “teóricos” sobre esta ciudad, cuyo nombre en la lengua de los indios nahuatl significa “Cerros Plateados”. Resulta romántico, cautivante, enigmático. Por aquel entonces, no podía ni soñar con hacer planes turísticos respecto a Honduras. El país se encontraba, metafóricamente hablando, entre “tres fuegos”: las guerras internas en Nicaragua, Guatemala y El Salvador estaban en su apogeo; la propaganda occidental explotaba activamente la tesis de la “intervención soviética” en los asuntos de América Central. Se acusaba a Moscú de financiar secretamente a las agrupaciones beligerantes marxistas de izquierda y de suministrarles armas “por conducto de canales cubanos”. |
En aquellos complejos tiempos de ”confrontación bipolar”, para un representante del “bloque soviético” tratar de meterse en Honduras era equivalente a un suicidio. Los “escuadrones de la muerte” internacionales, los siniestros “contras”, los omnipresentes especialistas norteamericanos en “operaciones secretas”, los “uniformados” hondureños, con vasta experiencia en represiones y “desapariciones”, llevaban a cabo su trabajo sucio, mientras que en los partes de “La Voz de las Américas” y de Reuters, Honduras invariablemente figuraba como vanguardia en el enfrentamiento exitoso a la “amenaza comunista”. Precisamente por aquel entonces (años 1981 al 1985), como todopoderoso embajador norteamericano en Tegucigalpa estaba John Negroponte. En plena guerra fría, su misión era en extremo precisa: impedir el “efecto dominó” en la región. Si los comunistas se apoderaban de Nicaragua, seguidamente caería El Salvador, luego Guatemala hasta que le llegara el turno a Honduras. Es por ello que Negroponte no vacilaba a la hora de decidir los métodos y medios para enfrentar a los movimientos guerrilleros. De paso, en Honduras se llevaba a cabo una “depuración” de diversas estructuras de apoyo a dichos movimientos, así como de disidentes sospechosos. No en balde en la época de Negroponte a este país, militarizado al máximo, se le denominaba el “Portaaviones Honduras”.
1. Por tradición, el origen del nombre de Honduras se le atribuye a Cristóbal Colón, a quien, durante su cuarto y último viaje al Nuevo Mundo en 1502, poco le faltó para perder su nave durante una fortísima tormenta. Tras pasar esta prueba dramática, se dice que el Almirante exclamó: «¡Gracias a Dios que hemos salido de estas honduras!». 2. Vivió: de 03.10.1772 a 15.09.1842. 3. Elogio de Tegucigalpa. Antologia. Prologo, selecciones y notas de Oscar Acosta. Consejo Metropolitano de Distrito Central. Tegucigalpa, 1978.
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