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SICOSIS o La verdadera historia del Chupacabras

(Revista "Paula", Chile, junio, 2000)

17 de Noviembre 2000

Fotos por Renato del Valle
Por Sergio Paz

Chupacabra Calama se ha convertido en la ciudad de las tres pe: putas, perros y periodistas- afirma Juan Araya, taxista, mientras conduce su destartalado Chevrolet al filo de la medianoche.

El tour del improvisado guía incluye una visita al cementerio, el lugar donde habría nacido el bicho, el mito, el ser, el alien peludo y sanguinario que liquidó a más de 200 animales en menos de un mes.

A unos pasos del camposanto damos con Lidia Fuenfes, una señora de 40 años que vive en el número 1623 de Avenida La Paz. A Lidia Fuentes nadie le mató ningún animal, ni asegura haber visto a ningún monstruo. Pero sí recuerda que, unas semanas antes de que se iniciaran los crímenes, una extraña sombra se detuvo frente a su casa y ella sintió que la observaban dos ojos brillantes.

- Pero lo que más me llamó la atención -dice- fue que el Oso y la Osa, mis dos perros que son bravos de noche, cruzaron hasta la sombra y comenzaron a llorar. Ahí me dio cosa. Tiré mi puchito y me entré.

Lidia Fuentes Lidia Fuentes, la señora Lichi, vive junto a su familia en una casa de adobe, en cuyo pasillo se arrumban sillas de montar, un afiche de Lavín, un premio de rodeo y un cacho polvoriento. Junto a estos artilugios confiesa que la sombra de ojos brillantes no es lo único raro que ha visto.

- Aquí siempre se ven duendes. Niñitos vestidos de negro. Pero yo no los pesco, porque ya estoy acostumbrada.

A lo que no se ha habituado es a la presencia de los nuevos vecinos que hace menos de una semana se instalaron en la quinta contigua.

- Véalos, ahí están, son buitres. Llegaron a Calama por esto del Chupacabras,

Tres chanchitos desobedientes

El Chupacabras aparece en la prensa nacional a mediados de abril, tras la cruen-ta matanza de 60 ovejas en la parcela de Pedro Villegas, ubicada en ese limbo que separa el radio urbano del sector rural de Calama. Días antes, entre el 3 y el 4 de abril, una veintena de animales domésticos menores (léase gallinas y conejos) había muerto en circunstancias no menos salvajes, aunque los afectados concluyeron entonces que se trataba de ataques de perros. Sin embargo, a raíz del caso Villegas, la bola de sangre creció al punto de que, según el mayor Pereira, a cargo de la Primera Comisaría de Calama, ya el 19 de abril "se habia desatado una sicosis colectiva".

Un día antes, tres cerditos -las últimas víctimas de la bestia- aparecieron desangrados, con las clásicas marcas de vampiro en sus cuellos. En ese caso se probó que todo era un bluff, pues la autopsia de los chanchitos indicó que habían muerto por acción humana, que alguien les había clavado un punzón. Pero el dictamen médico legal de estos cerditos no sirvió para detenener la bola: a esas alturas, la creencia de que una bestia misteriosa andaba suelta, tenia mucha más punta.

Por lo mismo, el 20 de abril, 60 efectivos -entre ellos personal de bomberos, carabineros, investigaciones y miembros del Servicio Agrícola y Ganadero (quienes andaban poniendo trampas con jurel tipo salmón, para descartar la presencia de zorros)- iniciaron una operación rastrillo en la zona de las parcelas, la que fue transmitida "on line" por toda la media chilena.

Fue entonces cuando un corresponsal de Chilevisión aseguró haber visto al bicho: algo así como un simio. Su visión coincidía con el testimonio de otro testigo, un agente de la agencia de detectives privados Cobra de Calama, quien aseveró haber visto a un "mono".

A esas alturas, hay que decirlo, cada cual buscaba lo suyo, Juan Ramón Flores, ingeniero de Codelco y concejal de Calama, andaba detrás de una especie desconocida de felino, y Víctor Espinoza, ingeniero agrónomo del Departdmento de Conductas Ilícitas Ecológicas y Medioambientales de la Policía de Investigaciones, buscaba unas huellas que, según él, no eran ni de perro ni de cabra, ni de nada parecido: "Son huellas con cinco dedos, pero distintas a las del hombre -aseguró-, y adelante van otras dos huellas de manitos más chicas".

En ésa misma línea apuntaba José Abaroa, periodista de la radio Topater, cuando recordaba que el circo Frankfurt había quebrado dos años atrás y que entonces el señor De Filipi, dueño y trapecista, se había llevado a los animales grandes dejando a unos monos abandonados.

Todo en vano: la búsqueda sólo dio con huellas de perros. Destacando una huella grande, rara -que de inmediato apareció en los medios como prueba irrefutable de que el Chupacabras era real- la cual fue enviada a la Universidad Católica de Antofagasta para ser analizada, y días después se supo que efectivamente era una huella grande, rara, pero de un perro igual de grande y raro. 0h, decepción!

"El Chupacabras no existe, Díganlo de una vez, apaguen las cámaras y déjense de estupideces", pedía a gritos el crítico de tevé Paulo Ramírez en mayo. Pero el hombre, experto en rating, pretendía desconocer que la gente estaba ávida de Chupacabras, al punto de que un programa de Megavisión logró más de 30 puntos con un especial sobre el fenómeno: un exitazo, hay que decirlo, frente a los pálidos 9 puntitos que lograba, a la misma hora, Eric Goles con un terrenal programa sobre tecnología.

"El hambre presiona al Chupacabras: la bestia no atacó ayer y se espera una acción desesperada de un momento a otro", aseguraba Las Últimas Notisias, días antes de que el mono-canguro saltara a La Serena, luego a Vitacura, de ahí a Paine y se expandiera, como una sombra omnipresente, por todo el territorio. Real o imaginariamente, la bestia siguió viva; tanto, que regresó nuevamente a Atacama, donde, al decir del rumor popular atacó, a mediados de mayo a un guardia de seguridad que cuidaba una mina. Hubo incluso camioneros que lloraron como niños al contar que habían visto al Chupacabras, despeinado, pegado a sus parabrisas. Locura total.

In situ

A diferencia del bizarro escenario tipo Blair Witch Proyect al que nos tenían acos-tumbrados en el Buenos días a todos, cuando nosotros partimos a rastrear al Chupacabras, sólo encontramos polvo. Y frío, Y un gélido viento que pareciera llevarse las palabras cada vez que alguien se atreve a contar una historia.

- Cuéntales, cuéntales lo que te dijeron-insiste Araya, el guía taxista, mientras increpa a un tipo que estaciona autos en la disco Cuervo.

- Un amigo que es conscripto en el regimiento -confiesa el hombre- me contó que un pelado que estaba de guardia mató a un chupacabras y luego todo el regimiento se acuarteló.

- Já, ¿no se los dije? Aquí los periodistas tienen para volverse locos con tanto cuento -insiste Araya.

Y sí que hay cuento. Por ejemplo, alguien nos dice que averigüemos sobre las sectas satánicas que hace diez años habrían escandalizado a Calama. "Entonces -recuerda el informante- los gatos aparecían descuartizados y con su sangre los satánicos hacían cruces invertidas por la ciudad". Siguiendo esa pista llegamos a la casa rosada, una mansión en ruinas en la que, efectivamente hay rayados por todas partes tipo "Satán vive" y "Fuck you".

- Pero ahora los satánicos no hacen nada. La última vez que se supo de ellos fue cuando violaron a una niña -dice Araya.

Perrito Al regreso, perros vagos nos observan. A uno y otro lado del camino, fantasmagóricos carteles pintados con látex rojo anuncian que se venden corderos y cabritos. "Dicen -agrega Araya, quien alguna vez fue ayudante de fakir en Brasil- que agentes de la Nasa ofrecen 10 mil dólares por un chupacabras vivo o muerto. Ja, ja".

La risa de Araya es una risa sin ecos. Es extraño Calama: la atmósfera, el suelo, el aire, todo es raro. De madrugada, una luz irreal permite distinguir los tóxicos vapores de Chuquicamata que lentamente lo cubren todo.

- Antes el río estaba lleno de truchas que pesaban hasta 15 kilos. Hoy los ejemplares no pesan más de 300 gramos y, más encima, se ha descubierto que están llenas de arsénico. ¿Qué tal si el Chupacabras fuera un mono, un mono común y corriente, pero que mutó al beber de esas aguas? -plantea Araya, tras lo cual se pierde en dirección a las luces de una shopería local.

La madre del cordero

Pedro Villegas es oriundo de Vallenar. Tiene 78 años y hace 22 que compró la parcela en la que perdió sesenta ovejas que estaban a punto de parir. Las ovejas que hicieron saltar al Chupacabras a la fama. "En la mañana -recuerda- fui al corral y estaba la escoba. Por todos lados había animales muertos y otros aún agonizaban. Pero después todos fueron a parar al basural".

Sentado en el living de su casa, don Pedro saca cuentas al aire. Y, no sin refunfuñar, estima que el costo de la matanza no se puede calcular con exactitud: "un animal se vende en promedio a unos 40 ó 50 mil pesos. Pero a eso súmele que todas mis ovejas eran reproductoras".

Villegas está convencido de que lo que mató a sus animales no fue el Chupacabras, sino perros bravos de los mismos parceleros. Luego se pone de pie e invita a conocer el sitio. Mientras avanza lo siguen sus perras, unas quiltras que a duras penas arrastran sus fláccidas panzas. Tras cruzar frente a un empolvado Ford 46 que un amigo dejó abandonado en su propiedad, Villegas indica un precario corral que pareciera que está a punto de derrumbarse. Un perro no necesitaría ser campeón de salto alto para flanquearlo.

Ahora bien, un día antes de la primera matanza en esa parcela, el afectado fue José Salinas, amigo de don Pedro, quien en un principio no le dio mayor importancia a lo que había ocurrido. Salinas también pensó, a primera vista, que eran perros. Sin embargo, cuando supo que una treintena de animales había muerto donde Villegas, obviamente se puso cachudo.

-Lo extraño -explica Salinas, a quien encontramos en una reunión que sostienen los parceleros con las autoridades de la provincia del Loa- era que no habían huellas y que en el corral no había ni una gota de sangre.

Según el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) los animales atacados no tenían sangre porque, una vez muertos, la sangre se coagula en los tejidos. Pero a Salinas esta explicación no le convence. Insiste que, igual, todo es muy raro. En todo caso, desmiente las versiones de prensa que hacían creer que los animales aparecían intactos, con sólo dos piquetes en el cuello. Pamplinas: "Varios animales -dice Salinas- tenían el cuello destrozado, e incluso a uno le habían comido una pierna y a otro un costillar". Pero, agrega, había otra cosa extraña; lo que él llama "el corte perfecto": "Un animal tenía todo el estómago afuera, con un tajo, de un lado a otro, hecho con una precisión increíble".

-Misterioso -comenta Araya, el taxista, justo en el momento en que aparece un periodista de un canal regional. Viene a reportear la reunión, en la que está hasta el propio gobernador.

Aún hay miedo en las parcelas. Y la verdad es que, en el fondo, a excepción de Villegas, pareciera que nadie cree en la explicacion de las autoridades. Por eso, al finalizar la reunión, el periodista se acerca confiado a la gente y anuncia que al día siguiente los visitará Javier Rodríguez, un ufólogo ecuatoriano de quien el reportero parece ser el manager.

La gente se entusiasma. Es que siempre se hablo la posibilidad de que el Chupacabras fuera un marciano. Y, al respecto, circula una teoría, no de Rodríguez sino de John Lear, un ufólogo experto en abducciones, quien sostiene que tras el choque de un platillo con la Tierra, a comienzos de los 50, el gobierno de los Estados Unidos habría llegado a un trato con los alienígenas que sobrevivieron: ellos le darían a los terrícolas tecnología de punta a cambio de que se les permitiera extraer una enzima que los alienígenas necesitaban para vivir. Esta enzima estaria en la sangre y en los órganos de vacas, corderos y humanos. Para ello, los extraterrestres habrían inventado un "bío-mono", que andaría por el mundo juntando plasma y órganos para los etés.

Tinta roja

César Rozas César Rozas, de 21 años, llevaba siete meses trabajando en el diario La Estrella del Loa cuando le tocó cubrir el primer crimen del caso Chupacabras. Eso sí: ya en enero había ocurrido algo que a Rozas lo había impactado aún más. Entonces, Concepción Galarce Águila, una anciana de 86 años domiciliada en la calle Ramón Freire de la población Arturo Prat, fue encontrada muerta en su casa con 81 puñaladas. Hasta que apareció el Chupacabras, ése era el caso policial más relevante en Calama.

Rozas dice que el ataque más espectacular del Chupacabras habría sido el que realizó a la parcela de un tal Camacho. Era un lugar, indica, tan bien protegido que sólo se podía entrar "por arriba o por la puerta".

- Yo no he llegado a ninguna conclusión -asegura- pero creo que es difícil que hayan sido los perros. Aunque no lo descarto. Ahora, que 200 animales mueran sin que nadie sienta nada, sin que nadie escuche nada, ¿es raro no? Quién sabe. El agua es el motor de la minería, y ahora hay gente que se dedica a comprar derechos de agua baratos, los que después se venden a las mismas mineras.

El rumor de la bestia suelta serviría, según esta teoría Scooby Doo, para hacer bajar el precio de los codiciados derechos. Puede ser. Teorías, en todo caso, es lo que sobra. Y ello, pese a la versión oficial, que señala tajantemente que fueron perros. A esa conclusion se habría llegado tras un informe entregado por el SAG. Luego la pelota cayó en manos de Lucas Burchard, hombre de 48 años que trabaja en el departamento de Higiene Ambiental del hospital de Calama.

Lucas Burchard- Tras el informe -cuenta Burchard- eliminamos a los perros vagos de esos sectores. Les dimos un pedazo de grasa con una pastilla de estricnina.

La medida coincidió con el fin de las matanzas."Lo que nos reafirma -dice Bur-chard- que los responsables de las muertes eran los perros vagos".

Testigo en peligro

Pero no todos están convencidos. Hay quienes todavía señalan que el comienzo de las matanzas coincide con el inicio de la luna llena.

- Tal vez -lanza Araya- estamos ante un caso de licantropismo.

Lo dice mientras conduce hacia la parcela de René Cabrera, el hombre que dibujó para una cámara de TVN al Chupacabras.

- La primera vez que lo vi -dice Cabrera-fue en diciembre y la segunda vez, a fines de febrero. Esa vez eran como las seis de la madrugada. Había una cierta claridad, tal vez por la luna, y entonces me di cuenta de que un caballo se había arrancado y estaba por alla pastando. De pronto el caballo se vino al galope. Y, enseguida, ese bicho se vino dando saltos junto al caballo. Era una cosa como de un metro veinte, con pelos y sin cachos. Tampoco tenía alas.

- ¿Se parecía a la mona chita? -le pregunta Araya.

- No, no. Era entre humano y mono.

Cabrera tiene 57 años y asegura que no toma, que no fuma, que no tiene vicios, aunque sí le gustan los juegos de azar. Dice también que es operado. No de la cabeza, sino del duodeno, que se lo sacaron completo.

Hace 15 años que Cabrera vive en la parcela Berna, de tres hectáreas, donde,junto a su señora, cultiva mazorca y alfalfa. Allí ellos mismos perdieron diez gallinas, un gallo y un gato: el gato Pichicho.

Cabrera asegura que no ha ganado dinero contando esta historia. Al contrario, un corresponsal del diario La Cuarta le pidió plata prestada porque dijo que no tenía para almorzar. Pero está claro que no es ese animal el que le preocupa a Cabrera.

- Ahora en las noches, ante cualquier ruido -dice René- nos ponemos alertas. Yo sé que ese diablo es inteligente.



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