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Muchísimas más emociones nos trajo a mi y a los pasajeros, la maestría de los pilotos para conducir el avión a través de los corredores aéreos entre las montañas y realizar el aterrizaje en una pista críticamente corta dentro de la parte más densamente poblada de la ciudad. |
No logré pasar rápidamente el control de fronteras en el aeropuerto “Toncontin”. Una funcionaria de rostro impenetrable y modales autoritarios estudió hasta la saciedad la visa CA-4 de mi pasaporte comprobando su autenticidad, tomó huellas electrónicas de mis dedos índices y, para culminar, me tomó una foto de frente con el “ojito mágico” de una cámara web, dejándome así registrado por los siglos de los siglos en la computadora de control de fronteras de Honduras. Posteriormente me esclarecieron que ese estricto procedimiento de control se aplica no sólo a los ciudadanos de Rusia y la Comunidad de Estados Independientes (CEI), sino a todos los extranjeros “no occidentales”. Desde el territorio de Honduras está teniendo lugar una activa penetración de inmigrantes ilegales en Guatemala, México que luego siguen a los EUA. Las autoridades hondureñas están obligadas, además, a estar a la caza de “elementos indeseables” porque “les llegó” una información acerca de que estaban entrando al país emisarios de “Al Qaeda” que se están dedicando al reclutamiento de miembros de agrupaciones delictivas juveniles “maras” con el fin de llevar a cabo acciones terroristas en los EUA apoyándose en ellos. También parece que se han hecho más frecuentes los viajes a Honduras de diplomáticos iraníes (de las embajadas en Nicaragua y Venezuela). Los iraníes no le han hecho ningún daño a Honduras, pero como en Washington no les tienen mucho cariño, el gobierno de José Manuel Zelaya Rosales está obligado a tener esto presente. Luego de haber obtenido el añorado “cuñito” en el pasaporte, me encaminé al hotel “Plaza del Libertador” ubicado en la línea divisoria entre la parte vieja, colonial, de la ciudad y sus barrios modernos, donde se concentran los grandes complejos comerciales, embajadas, restaurantes de moda, casinos y residencias de personas adineradas. Confieso honestamente que el hecho de que predominaran edificaciones poco atractivas, del planeamiento caótico de la ciudad, del sello provinciano en todo - incluso el palacio presidencial ocupa un espacio reducido en un lugar poco llamativo rodeado por una cerca metálica común y corriente como las que se usan en las casas de campo en Rusia - me sorprendió desagradablemente. Tegucigalpa sin dudas queda a la zaga de San José, de Ciudad Guatemala y mucho más de la moderna capital panameña1.
A pesar de estar en temporada turística, el hotel estaba vacío. Dos o tres matrimonios “gringos” y varios “caballeros” locales con modales confiados (del tipo de los comerciantes-empresarios). Llené la tarjeta de registro, prestando atención a que la palabra “ruso” en la columna de nacionalidad no le produjo impresión alguna al empleado. Ello me confirmó la suposición que tenía de que la presencia de visitantes de Rusia para los hondureños es algo habitual.
En esa oportunidad no le compré nada al dueño de uno de estos kioscos, señor Mario González, pero, aprovechando que era una persona muy comunicativa, así como la ausencia de clientes, le hice un interrogatorio acerca de lo que más me preocupaba en ese momento: ¿Cuáles eran en su opinión los parámetros de delincuencia en las calles?, ¿Si mi apariencia no resultaría demasiado llamativa al andar por Tegus con mi cámara fotográfica sobre el pecho y una expresión de tonta curiosidad en el rostro?
De labios del atento señor Mario escuché por primera vez la palabra “catracho” que utilizaba, hasta donde yo podía entender, como sinónimo de “hondureño”. No me equivoqué. A los hondureños, hombres y mujeres, se les puede llamar sin temor “catracho” o “catracha”, lo cual será bien recibido. Según el señor Mario, la historia del origen de esta palabra se estudia incluso en las escuelas hondureñas por estar ligado al pasado heroico de la nación y por estar vinculado al rechazo de los intentos de mercenarios “filibusteros” norteamericanos, encabezados por el aventurero William Walker, de colonizar toda América Central. En 1856 se creó el Ejército Unificado Centroamericano. En mayo de 1857 a los filibusteros se les propinó una contundente derrota, Walker fue capturado y ejecutado. Por su valentía, el destacamento hondureño se cubrió especialmente de gloria. Este destacamento estaba comandado por el General Florencio Xatruch. Precisamente por su apellido, deformando al máximo la pronunciación para simplificar las cosas, fue que en los países de América Central comenzaron a usar la palabra “catracho” para denominar a los valientes combatientes hondureños. El nombre prendió y se consolidó en la conciencia de los hondureños tanto desde el punto de vista del léxico, como en lo histórico y emocional. Surgieron múltiples refranes sobre este tema, de los cuales el más conocido es: “El catracho no se hace, ¡el catracho nace!”. Tegucigalpa es una ciudad sin atractivos especiales. Y no sólo es mi opinión. Los propios hondureños dicen, no sin amargura, que en el país y en la capital hay más museos que objetos en exposición. El más promocionado de todos, el Museo del Hombre, tuvo suerte por un tiempo ya que en él se montó la exposición itinerante de aguafuertes de Rembrandt. Algunos monumentos “culturales y arquitectónicos” destacados en las guías para viajeros no siempre resultó posible localizarlos, pero, aún en los casos en que se tuvo la suerte de encontrarlos, resultó que estos “objetivos” se encontraban en un estado deplorable como, por ejemplo, “la perla arquitectónica de Tegus”: el Teatro Bonilla, que se presenta cubierto de polvo y carente de vida. La casa donde nació el héroe nacional de Honduras, General Francisco Morazán, se cedió como sede del Archivo Nacional. El Parque de la Concordia, tan celebrado en la obra de varias generaciones de poetas hondureños, presenta un aspecto de orfandad. Las réplicas en piedra de las pirámides y otras construcciones maya, dispersas dentro de la vegetación del parque, pudieran tomarse como auténticas si no fuera por las omnipresentes tablillas esclarecedoras acerca de que la mayoría de los “originales” se encuentran lejos, más allá de las fronteras hondureñas desde Tikal hasta Yucatán. En el centro histórico de Tegus se encuentra la Plaza Morazán, verde oasis muy cuidado, lugar preferido para encuentros de negocios, citas de enamorados y para la realización de “actividades masivas”. En vecindad próxima a la plaza se alzan el edificio del parlamento de arquitectura “ininteligible”, la alcaldía de la ciudad, bancos, la catedral y varios otros templos reverenciados por los católicos. Tienen también su propio Arbat (nota del traductor: famosa calle comercial, cultural y artística de Moscú), mucho más modesta que la de Moscú, pero igualmente muy “llena de luces”. La Plaza Morazán está siempre llena de mirones, desempleados y pensionados, que de la mañana a la noche ocupan puestos en los bancos, cercas de piedra de los parterre y en todos los puntos “buenos para sentarse” bajo la sombra de árboles centenarios. Estas personas provocan una impresión triste: todo en ellos es pasado y casi nada futuro. Como vecinos tienen a los vendedores de billetes de lotería. Continuamente se escuchan gritos: ¡”Trece”! ¡”Trece”! Evidentemente esta cifra debe ser considerada afortunada por los hondureños, pero a decir verdad, la inverosímil cantidad de tales billetes provoca dudas. ¿De dónde podrá venir tanta cantidad?
En mi opinión, el monumento más original de Tegus es El Monumento a la Paz erigido sobre una de las colinas de la capital como símbolo de paz definitiva entre Honduras y El Salvador después de la “Guerra del Fútbol” de 1969 que tuvo repercusión en todo el planeta. Los aviones en su maniobra de aterrizaje invariablemente sobrevuelan el monumento, imponente construcción de hormigón en forma de rotonda con altas columnas que apuntan al cielo.
1. Los turistas rusos que han pasado por la capital hondureña compartieron por Internet sus impresiones y estas resultaron parecidas. He aquí una de ellas, que es bastante reciente: “Tegucigalpa no nos pareció acogedora. En cada esquina había grupos de personas de aspecto dudoso y en el aire se presentía peligro. Teníamos un solo deseo: escondernos tras las puertas del primer hotel que nos encontráramos, y fue lo que hicimos. Por la mañana, la ciudad no parecía mucho mejor: sucia y poco amistosa”. Yo tuve un poco más de suerte: durante mi estancia en Tegucigalpa estaba en marcha una campaña de limpieza de la ciudad. 2. Andre-Marcel d’Ans «Honduras. Dificil emergencia de una nacion, de un estado». Traducido del frances. Quinta edicion. Tegucigalpa, 2007, pp. 291. Hasta el día de hoy, esta monografía es lo mejor de todo lo que se ha escrito sobre Honduras.
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